sábado, 18 de agosto de 2012

El camino de Devin Rose: ateo orgulloso, agnóstico deprimido, protestante dudoso, católico ferviente


El camino de Devin Rose: ateo orgulloso, agnóstico deprimido, protestante dudoso, católico ferviente
«Mi otrora confiable inteligencia me había fallado por completo, así que me enfrenté a una elección: o me suicido o trato de creer en Dios». 
Devin Rose nació en una familia de tradición cristiana, entendiendo con eso que lo eran sólo de nombre. De hecho, en casa le habían inculcado que los hombres provenían de una evolución del "fango original". Por eso, no es de maravillarse que en su adolescencia, una vez obtenido el uso de razón, Devin se haya declarado con orgullo no creyente. Había nacido un ateo.

Su paso por la escuela secundaria le ayudó a envalentonarse aún más en esta posición, dado el supuesto amplio consenso de sus compañeros en este campo. Pero al llegar a la universidad, algo pasó. A pesar de tener éxito en aquello que realizaba (buenas notas, una novia bonita, el amor de su familia, un montón de amigos, …) había algo que no funcionaba: «empecé a ser devorado por la ansiedad», cuenta él mismo.

«Me ponía nervioso en las reuniones sociales, en los restaurantes, en el cine; incluso estando en clase. Mi estómago se agitaba y tenía miedo de tener que salir corriendo de la clase, poniéndome en ridículo delante de todos».

Con el paso del tiempo, esta ansiedad no hizo sino aumentar, llegando a verdaderos ataques de pánico, aparentemente sin ningún motivo. Llegó incluso a desear la muerte: él, un estudiante de honor, con beca completa, atleta talentoso y rodeado de buenos amigos y el amor de su familia.

Ante esta situación, por fin se enfrentó a su ateísmo, que para él era ahora sinónimo de su desesperación: «La delgada capa de la comodidad, la prosperidad y el bienestar general me habían protegido siempre en mi vida de enfrentarme a las terribles conclusiones existenciales de mi visión del mundo. Un día, en un inquietante "sueño despierto", vi ante mí, de manera total, la oscuridad, una vacía manifestación viva de mi desesperación».

En medio de este dolor, acudió a su madre y le abrió su alma: «Doy gracias a Dios ahora que, incluso en la desesperación, me dio una madre cariñosa a la que podría acudir en una situación en la que pensaba que no tenía otro lugar adonde ir». Juntos, acudieron a un psicólogo –otro palo para Devin, que miraba con desdén a las personas que acudían a uno– y la terapia empezó a dar sus resultados.

Pero la evolución era positiva sólo en parte. De hecho, sus ansiedades seguían ahí. Y fue entonces cuando aceptó su problema: era clínicamente depresivo, una lucha que se le presentaba titánica e interminable.

«Creía que mis problemas eran sólo un producto químico en mi cerebro, pero ya había intentado todas las tácticas posibles para vencer la ansiedad y no habían funcionado. Mi otrora confiable inteligencia me había fallado por completo, así que me enfrenté a una elección: o me suicido o trato de creer en Dios».

Con esta dicotomía ante el camino, el antes ardiente ateo se lanzó a la empresa de creer: «Sabía que si Dios no existía, tratar de creer en él no iba a funcionar, pues sería sólo una táctica mental más entre la multitud que había intentado antes, sin éxito alguno. Y aunque pedir ayuda a Dios era algo que sublevaba mi interior, no teniendo nada que perder, le di una oportunidad». Y así, después de muchos años, Devin lanzó su primera oración: «Dios, tú sabes que yo no creo en ti, pero estoy en problemas y necesita ayuda. Si eres real, ayúdame».


Imagen del blog de Kevin

Al principio, el resultado de sus oraciones fue nulo, por lo que, irónicamente, le confirmó en su ateísmo. «Pero cuando se está en el océano y todo lo que tienes es un salvavidas, por pequeño que sea, ésa es la única esperanza que tenemos». Así que continuó a orar.

Así, poco a poco, se atisbaron ligeros signos de mejoría. Y aunque en su interior los pretextos ateos se revelaban y querían romper ese arbolito que empezaba a crecer, Devin se decía que debía darle una oportunidad a la fe. Así que se protegía y continuaba con su oración, acompañada de la lectura de la Biblia.

Su compañero de cuarto en la universidad era un fiel bautista (protestante) y le empezó a llevar a su iglesia todos los domingos. Aunque seguía sintiendo ataques de ansiedad, se hizo violencia para permanecer en las reuniones y, sorprendentemente, su fe comenzó a fortalecerse y crecer, aunque estaba sumergido en un mar de dudas. Al final de ese año, Devin se consideraba ya, sin lugar a dudas, un cristiano.


Libro de Devin sobre el protestantismo
Fue en ese momento cuando Dios se hizo presente: «Dios se precipitó y era como nada de lo que antes hubiera podido experimentar. Me dio el coraje y la fuerza para afrontar mis ansiedades y empezar a superarlas […] Dios me dio esperanza para hacerle frente a mi desesperación, y la fe y el amor empezaron a sanar mis profundas heridas». En otras palabras: se topó con el amor de Dios. Al final de ese año, se bautizó en la iglesia bautista, dándole un nuevo rumbo a su vida.

Pero Dios no se detuvo ahí; quería que Devin se encontrase definitivamente con Él dentro de la Iglesia Católica. Ya desde el inicio nació en él la duda de por qué habían tantas divisiones y denominaciones dentro del cristianismo. Así se lo hizo notar a Matt, un buen amigo suyo bautista, considerado líder entre su grupo. Pero él no supo responderle.

Su anhelo por la verdad le carcomía el alma y no le dejaba en paz ver las divergencias en las predicaciones entre los diversos cristianos. Buscó ayuda en su lectura de la Biblia… pero también ahí se dio cuenta que unas confesiones la veían de una manera y otros de otra.

La pregunta de fondo no era baladí: ¿quiénes están realmente guiados por el Espíritu Santo? Porque el Espíritu Santo es «el Espíritu de Verdad», y la Verdad es una. ¿Cómo, entonces, producía tantos efectos?

Tras mucho pensar y orar, Devin decidió investigar qué denominaciones habían tenido la osadía de afirmar que eran la Iglesia que tenía la plenitud de la verdad. Su iglesia bautista ciertamente no lo decía, pero los católicos, los ortodoxos y los mormones sí que lo habían hecho. Sin habla ante los resultados y con mucho temor, empezó a investigar a la Iglesia Católica.

Durante mucho tiempo debatió con amigos protestantes, haciendo todo lo posible por no volverse católico. Pero mientras más estudiaba, más cuenta se daba de la autenticidad de la Iglesia. Y así, después de recibir una buena catequesis, fue recibido en la Iglesia en la Pascua del 2001, ceremonia a la que asistieron algunos de sus amigos protestantes.

Hoy, después de diez años de católico, Devin no puede sino ver con gratitud el camino recorrido: «Mi "Camino a Roma" comenzó con el riesgo de que Dios fuese real. Continuó con el descubrimiento de que Él me amó y de que era digno de mi confianza. Hoy, puedo decir que, después de vivir la fe católica desde hace diez años, mi confianza en Cristo y en Su Iglesia se ha vuelto cada día más fuerte».

Empuja la vaquita


El Pájaro blanco y el pájaro negro


Juntos, comprendieron...
Pájaro Blanco y Pájaro Negro habían estado en guerra desde edades sin memoria.
Pájaro Blanco era resplandeciente, los dioses hablaban por él, era todo el bien, el pensamiento y la luz.
Pájaro Negro era sombrío y denso, por él hablaban las potencias inferiores, y era toda la fuerza animal, los instintos y la potencia de la oscuridad.
Pájaro Blanco despreciaba al Negro por su vuelo rasante, porque era carnicero, porque se apareaba con hembras, y porque buscaba andar en bandada, acompañado por otros oscuros como él.
Pájaro Negro despreciaba al Blanco por su poco peso, por vivir en las nubes, porque no conocía hembras, porque su comida desabrida era el aire y porque no tenía compañeros y vivía solo.
Uno ganaba, ganaba el otro. Victoria final ninguno tenía. Pero cuanto más guerreaban, más se miraban.
Un día la curiosidad empezó a acercar a los dos. Menos se interesaban ahora, uno por el mundo de las nubes, otro por el mundo de la tierra. Uno al otro se interesaban, les empujaba el saber.
Pájaro Negro quería saber por qué resplandecían las plumas del Blanco, por qué era tan liviano que subía como el viento, qué había en su corazón cuando sus ojos se iluminaban, qué buscaba allá arriba.
Pájaro Blanco quería saber de dónde venía el pesado poder del Negro, qué placer sacaba de tener hembras, qué había en su corazón cuando estaba con su bandada, qué buscaba allá abajo.
Por querer saber de Pájaro Blanco, Pájaro Negro subió. No mucho, un poco.
Por querer saber de Pájaro Negro, Pájaro Blanco bajó. No mucho, un poco.
Rivales eran, y querían sacarse los secretos. Ganar lo del otro y vencerlo. Por eso empezó Pájaro Negro a comer aire, un poco. Alguna luz se le abrió en la punta de las plumas, y su vuelo fue más liviano.
Por eso empezó Pájaro Blanco a comer insectos, no muchos, algunos. Pizca de poder denso oscureció la punta de sus alas, y el vuelo fue más pesado.

Luego de pelear, ganando uno, ganando el otro, un día, cerca, se miraron.
Ya no podían pelear más. De tanto perseguir al otro, admiración sentían por el rival.
Se encontraban, a veces, y se enseñaban, a comer aire, a ordenar las potencias de abajo, a aprender de las potencias de arriba. Amigos fueron.
Tan juntos iban y tanto tomaban uno del otro, que gris se hizo Pájaro Blanco, con puntas de alas resplandecientes, y gris se hizo Pájaro Negro, con puntas de alas renegridas como tronco quemado. Hermanos fueron.
Hermanos eran, no paridos por la misma madre. De admirarse y de seguirse. Extrañados los miraban los demás, y ellos juntos iban, siempre, no se separaban.
Cada vez más fuerza tenían; el sol y la noche se juntaban en ellos.
-Como tú quiero ser - dijeron un día, juntos.
Hubo allí un estallido como un volcán, un remolino de luz como viento de huracán y la noche estrellada como una gran vasija.
Juntos, comprendieron. Que eran un solo pájaro. Mitades partidas al principio de los tiempos, que ahora por fin, reunidas estaban.